viernes, 20 de marzo de 2015

Y bien, ¿qué es lo que sabemos de San José?





No es poco lo que gracias a los evangelios conocemos sobre una figura con gran arraigo en el culto popular cristiano cual es el padre putativo de Jesús, llamado, como el hijo favorito de Jacob, José. La información se la debemos a los evangelistas de la infancia, Mateo y Lucas, ya que Juan sólo cita su nombre una vez, para llamar a Jesús “el hijo de José” (Jn. 1, 45); y Marcos, ni siquiera, pues cuando tiene que referirse a Jesús, lo hace como “el hijo de María” (Mc. 6, 3), curiosamente el mismo apelativo que le dará otro texto de naturaleza totalmente indiferente cual es el Corán de los musulmanes.

            La impresión que sobre José nos transmiten los dos evangelistas que se refieren a su figura, Lucas y Mateo, es bien diferente. Lucas, que nos habla de José como del padre “según se creía” (Lc. 3, 23) de Jesús, en alusión a la paternidad sólo aparente de José frente a un niño que en realidad es hijo de Dios, nos presenta un José muy humano, discreto, casi tímido, como consciente de su papel secundario en una historia que no es la suya. El San José del evangelista Mateo es, para empezar, algo más esotérico, con un toque taumatúrgico, en fluida y continua comunicación con la Providencia, con la que se comunica a través de ángeles y, en lo relativo a su personalidad, más resuelto y decidido.

            Reuniendo lo que por uno y otro evangelista conocemos, podemos componer el siguiente decálogo:

            Primero. Que era José de estirpe davídica, y por lo tanto descendiente del rey David. A tal efecto, tanto Mateo (cfr. Mt. 1, 1-16) como Lucas (cfr. Lc. 3, 23-38) nos brindan su árbol genealógico hasta entroncar con el mítico rey, si bien, salvo en lo relativo al propio Rey David, uno y otro evangelista no coinciden en uno sólo de los ascendientes de José (tema que ya tratamos en su día). Su padre, según Mateo, se llama Jacob; según Lucas se llama Helí. Según Mateo, desciende de David a través de su hijo Salomón, como su padre, rey; según Lucas, a través de Natán, un hijo más de los muchísimos que tuvo David.

            Segundo. Que está desposado con María, -a tal efecto se ha de señalar que los desposorios en el mundo judío equivalen a una especie de compromiso de un matrimonio aún no consumado-, cuando se presenta a ésta el Arcángel Gabriel y queda embarazada del Espíritu Santo. Lo que sabemos por los dos evangelistas (Mt. 1, 18; Lc. 1, 27).

            Tercero. Que cuando repara en el embarazo de María, con quien está desposado, sin haber tenido él nada que ver en el asunto, determina abandonarla en vez de denunciarla, lo que habría supuesto para María no sólo la ignominia, sino con toda seguridad, la lapidación y la muerte. Y que finalmente no la abandona porque un ángel se le presenta en sueños y le informa de que “lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo” (Mt. 1, 20).

            Cuarto. Que “por ser él de la casa y familia de David” (Lc. 2, 4), cumplió en Belén con su obligación censitaria, de acuerdo con lo ordenado por el edicto de César Augusto, desplazándose para ello con su esposa María, desde la ciudad en la que residía Nazareth. (Lc. 2, 1-7).

            Quinto. Que estando en Belén, según nos informa Lucas, le tocaron a María los días y dio a luz a su hijo Jesús en un pesebre (Lc. 2, 1-7). Mateo también nos informa del nacimiento de Jesús en Belén (Mt. 2, 1), si bien, mientras en Lucas, Belén es una ciudad lejana a la que la santa familia se ha de desplazar en un viaje que resulta penoso a los solos efectos de censarse, en Mateo parece constituir la ciudad en la que dicha familia reside.

Sexto. Que allí son visitados por unos magos venidos de Oriente, los cuales tienen noticia del nacimiento del rey de los judíos -a estos efectos no se olvide la sangre davídica, y por lo tanto real, que circula por las venas de Jesús-, por haber avistado su estrella. Que estos magos informan al rey Herodes de todos estos extremos, y que éste, aterrorizado de que ningún recién nacido pudiera disputarle una corona que le era de hecho muy cuestionada -ya sabemos que el abuelo de Herodes había usurpado el trono y que ni siquiera era judío, era idumeo-, ordena ejecutar a todos los niños de menos de dos años de Belén y su comarca (Mt. 2, 1-12).

            Séptimo. Que José, después de recibir en sueños una nueva instrucción del ángel, toma la decisión de huir a Egipto para salvar a Jesús de las iras de Herodes (Mt. 2, 13-15).

            Octavo. Que una vez que Herodes ha muerto, el ángel vuelve a aparecerse en sueños a José para informarle de que ya puede volver a Palestina; pero al saber, por una nueva revelación onírica, que el cruel Arquelao reina en Judea, resuelve José ir a Galilea, donde reina Herodes Antipas y donde se considera más seguro, estableciéndose en Nazareth (Mt. 2, 19-23). Este es el punto en el que el relato de los dos evangelistas de la infancia más discrepa, pues según Lucas, lo que hace José al dirigirse a Nazareth no es buscar una ciudad en la que refugiarse, sino volver a su casa, cosa que hace, a mayor abundamiento, tan pronto como se “cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor” (Lc. 2, 39), esto es, la circuncisión de Jesús a los ocho días, la purificación de María a los cuarenta y uno, etc., y desde luego, sin pasar ningún exilio en Egipto.

            Noveno. Que durante una fiesta de Pascua, peregrinó como buen judío a Jerusalén, donde Jesús se les escapó y sólo lo encontraron tres días después, sentado entre los doctores del Templo, con los que discutía “sobre las cosas de mi padre” (Lc. 2, 46-50).

            Décimo. Que es carpintero, cosa que sabemos gracias a Mateo y sólo gracias a él (Mt. 13, 55), profesión de la que, por otro lado, hace legado a Jesús (Mc. 6, 3).

            Y esto es todo lo que sabemos de José. Ni donde ni cuando murió -sí sabemos, desde luego, que estaba muerto cuando Jesús comienza su ministerio, pues de no ser así, José habría estado acompañando a su madre en las bodas de Caná-, ni cuándo ni dónde había nacido, ni si era soltero o viudo cuando se desposa con María, nada.

            A muchos de estos datos se refieren otros textos ajenos a los evangélicos en la literatura apócrifa.


 El sueño de San José. George De La Tour.

Del Barrio Copto de El Cairo, donde se refugió la Sagrada Familia


            ¿A que nunca se han preguntado donde pasó la Sagrada Familia el período que pasó en Egipto? Porque como sabemos por el evangelista Mateo (y por cierto, nada más que por él) Jesús pasó con su familia los primeros años de su vida en Egipto, cosa que el apóstol y evangelista relata con estas palabras, sin, por cierto, decirnos nada sobre la duración de la estancia:

      “El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes […].
            Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel, pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño.» Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret” (Mt. 2, 13-23)

            Luego la literatura apócrifa se encarga de desarrollar algunos pormenores del viaje. Así, la Historia de José el Carpintero, datable en torno al s. IV, donde Jesús aparece contando a los apóstoles su propia vida y en la que leemos:

            “Bajamos pues a Egipto y permanecimos un año, hasta que el cuerpo de Herodes vino a ser pasto de gusanos” (op. cit. 8).

            Si bien la tradición copta anda más cerca de los cuatro años que del año único, y aunque es mucho lo que sobre el tema se puede elucubrar con lo que sabemos a partir deMateo y de Flavio Josefo, quizás un día me ponga a ello, de momento vamos a dejarlo aquí.

            El también apócrifo llamado Pseudo Mateo relata la historia que con más intensidad se ha grabado en la retina de la tradición cristiana y relacionada con tal viaje, aquélla que dice:

            “Aconteció que al tercer día de camino [hacia Egipto], María se sintió fatigada por la canícula del desierto. Y viendo una palmera le dijo a José: “Quisiera descansar un poco a la sombra de ella”. José a toda prisa la condujo hasta la palmera y la hizo descender del jumento. Y cuando María se sentó, miró hacia la copa de la palmera y la vió llena de frutos, y le dijo a José: “Me gustaría, si fuera posible, tomar algún fruto de esta palmera”. Mas José le respondió: “Me admira el que digas esto, viendo lo alta que está la palmera, y el que pienses comer de sus frutos”. “A mi me admira más la escasez de agua, pues ya se acabó la que llevábamos en los odres y no queda más para saciarnos nosotros y abrevar los jumentos”.
            Entonces el niño Jesús, que plácidamente reposaba en el regazo de su madre, dijo a la palmera: “agáchate árbol, y con tus frutos da algún refrigerio a mi madre”. Y a estas palabras inclinó la palmera su penacho hasta las plantas de María, pudiendo así recoger todo el fruto que necesitaban para saciarse”. (PsMt. 20, 1-2).

            Pero no es la única. Sobre esa estancia como sobre casi todo en la vida de Jesús, existen muchas otras tradiciones muy consolidadas, tradiciones que, en este caso y como es fácil de entender, están estrechamente relacionadas con la gran comunidad cristiana de Egipto, los coptos.

            Varios son los lugares egipcios vinculados a la misma. El primero, la aldea Deir Abu Hennas, trescientos kilómetros al sur de El Cairo, y adonde se acercan los cristianos egipcios dos veces al año en peregrinación: la primera el 28 de enero para conmemorar la llegada de la Sagrada Familia a una pequeña colina llamada Kom Mariam, la montaña de María, en la que habrían descansado en su camino hacia Tell Amarna, y la segunda en junio para honrar a la Virgen María.

            Parada obligada en el camino es el Gabal al-Teir o Monte del Pájaro, en el que se levanta la iglesia de La Señora de la Palma, construída en el s. IV sobre una cueva que, según la tradición, habría servido de refugio a la Familia.

            Pero el lugar por antonomasia se halla en El Cairo, y más concretamente, en el llamado Barrio Copto, en la parte más céntrica y antigua de la gigantesca capital Se trata de la iglesia de San Sergio y Baco, construída, según la tradición, en el lugar en el que estaba la cueva en el que la Sagrada Familia terminó instalándose durante su estancia en Egipto, y donde José trabajó varios años para dar de comer a su familia. La cueva se halla a diez metros de profundidad y durante las crecidas el Nilo incuso se inunda. La iglesia fue construída en el s. IV, se incendió hacia el 750 y fue restaurada después, y ha constituído en algunos momentos de su historia la sede del patriarcado copto que tradicionalmente se ha alojado en Alejandría, y cuando así ha ocurrido, siempre en competencia con la iglesia de Santa María, conocida como Iglesia Colgante (Al Muallaqa), el templo cristiano más antiguo de la ciudad.

            También vinculada a la estancia de la Sagrada Familia en El Cairo, y digna de mencionar, existe en el barrio de Al Matariya la tradición de que el pan no fermenta porque sus vecinos, en su día, se lo negaron a la Virgen María. ¡Ahí es nada!

De la muerte de San José: ¿sabemos algo de ella?


La muerte de San José. Gianantonio Guardi


  Después de conocer en detalle la presencia de San José en los evangelios  y muchas otras cosas porque la de San José es una figura muy bienquista a esta columna, vamos a entrar hoy tan terrenal como el de su muerte, una costumbre demasiado humana que, curiosamente, en aquella casa de Nazaret, fue el único que degustó.

            A la muerte de José no existe referencia alguna en ninguno de los textos canónicos, ni en consecuencia con lo dicho, tampoco en los evangelios. Sí cabe extraer la constancia de que para cuando Jesús comienza su ministerio, José ya ha muerto, porque no existe referencia a él en pasajes en los que, de haber estado vivo, habría aparecido sin duda. Notablemente, el del regreso de Jesús a Nazaret, que reza como sigue.

            “Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.” (Mc. 6, 1-3).

            O el conocido como “El verdadero parentesco de Jesús”:

            “Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.» Pero él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»” (Mt. 12, 46-50).

               La literatura apócrifa pronto repara en la laguna existente en los textos canónicos y se pone manos a la obra. El texto de referencia al respecto es, sin duda de ninguna clase, el llamado “Historia de José el Carpintero”, un texto que se conoce a través de un manuscrito árabe publicado en 1722, de un texto fragmentario procedente de la colección del Cardenal Borgia publicado en 1810, y de algunos otros fragmentos, el cual podría datar, según el gran experto en apócrifos Aurelio de Santos, del s. IV-V, y procedería en todo caso, de ambientes coptos en los que José registró gran veneración desde el principio 

            El apócrifo se presenta como un relato que hace Jesús a los apóstoles sobre la figura de su padre. Jesús declara tener “quince años”cuando ocurre el óbito de su padre (HistJo. 14, 6), -que por su parte, tiene ciento once (HistJo. 14, 6)-, y haber acontecido el óbito un “26 del mes de epep” (HistJo. 15, 5), mes copto que viene a caer entre julio y agosto, dato que bien podría haberse utilizado para emplazar la festividad.

            Este es el relato que la “Historia de José el Carpintero” pone en boca de Jesús sobre la muerte de su padre:

            “Miguel y Gabriel se llegaron al alma de mi padre José. La tomaron y la envolvieron en un hábito luminoso. Y él entregó el alma en manos de mi buen Padre, que le dio la salvación y la paz. Y ninguno de los hijos de José notó que había muerto. Los ángeles guardaron su alma contra los demonios de las tinieblas, que estaban en el camino. Y los ángeles loaron a Dios hasta que hubieron conducido a José a la mansión de los justos.

            Y su cuerpo quedó yacente y frío. Posé mi mano en sus ojos, y los cerré. Y cerré su boca, y dije a María, la Virgen: ¡Oh madre mía! ¿Y dónde está la profesión que ejerció tanto tiempo? Ha pasado como si nunca hubiese existido. Y, cuando sus hijos me oyeron hablar así con mi madre, comprendieron que José había muerto, y clamaron y sollozaron. Mas yo les dije: La muerte de nuestro padre no es muerte, sino vida eterna, porque lo ha separado de los trabajos de este mundo, y lo ha llevado al reposo que dura siempre. Y, al oír esto, sus hijos desgarraron sus vestiduras y rompieron a llorar”(HistJo. 23-24)".
           

Desvelamos los silencios que rodean a la figura de san José




El misterioso carpintero que crió al Hijo de Dios

Es uno de los santos más venerados por los fieles desde hace siglos, una referencia inexcusable en el Día del Padre, y una figura clave…, para decorar las casas en Navidad: es san José, el padre adoptivo de Jesús. Sin embargo, a pesar de ser tan popular incluso entre los no creyentes, en torno a él se ciernen algunos interrogantes no siempre explicados: ¿qué datos históricos tenemos de él? ¿Se casó con María siendo anciano o joven? ¿Tuvo más hijos? ¿A qué se dedicaba realmente? En definitiva: ¿quién era san José?

El arqueólogo británico Ken Dark, de la Universidad de Reading (Inglaterra), publicó el 1 de marzo un artículo, en la revista Biblical Archaeology Review, que ha dado la vuelta al mundo. En el texto, titulado: ¿Se ha encontrado la casa de Jesús de Nazaret?, Dark apunta a que su equipo ha descubierto «la que quizás pudo ser la casa» en la que Jesús de Nazaret pasó su infancia y juventud, acompañado por su madre, María, y por su padre, José. El arqueólogo pone todas las salvedades posibles al descubrimiento, pero concluye que, desde luego, sí puede afirmar que, sobre ese hogar de piedra y barro, datado en el siglo I (muy próximo a la basílica de la Anunciación y, por tanto, a la casa en que vivió María antes de casarse), fue construida después la iglesia bizantina de La Nutrición, pues la tradición sostenía que allí se ubicaba el hogar nutricio de Cristo, es decir, en el que fue nutrido, criado. Medios de comunicación de los cinco continentes se han hecho eco del hallazgo, y muchos han planteado una evidencia que no es nueva: lo poco que se sabe de esa época de la vida de Jesús, en la que estuvo bajo la tutela de sus padres y oculto para el mundo. Unos años en los que, como señala Dark, más peso tuvo para Él una figura clave, a la que hoy rodea una bruma de interrogantes históricos. Hablamos de san José.


Un conocidísimo desconocido

A pesar de que la tradición de la Iglesia ha mantenido una enorme devoción por el hombre que aparece en los evangelios como el elegido para ser padre del Hijo del Padre, y a pesar también de que José es, desde hace siglos, un santo muy conocido y querido entre los fieles –incluso ha sido proclamado Patrono de la Iglesia universal–, lo cierto es que, hasta hace no mucho, los estudios referidos a él eran casi nulos. Una laguna a la que ha contribuido la escasa presencia de san José en los evangelios, y el hecho de que en todo el Nuevo Testamento no se recoja ni una sola palabra suya. Como resultado, a lo largo de los siglos, la historia real de José se ha ido mezclando con leyendas piadosas, tradiciones más o menos verosímiles y una iconografía artística que ha ido cambiando según la época.


¿Qué fuentes cuentan algo de él?

Y no será porque falten fuentes para conocerle. Como explica Andrés García Serrano, profesor de Nuevo Testamento y de Literatura Cristiana y Clásica en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid, «las fuentes de las que disponemos para saber cómo era san José son las mismas que nos han llegado sobre cómo se vivía en el Israel del siglo I, porque él vivió en ese contexto». Además, «tenemos que partir de los capítulos 1 y 2 de los evangelios de Mateo y Lucas, que son los únicos libros de la Biblia en los que se narran episodios de la infancia de Jesús y en los que se cita a José, entre otras cosas, como un hombre justo», es decir, un hombre que buscaba la voluntad de Dios, «y que formaría parte de una corriente de judíos no sólo observantes de la ley, como los fariseos, sino también enraizados en los profetas y en la enseñanza de los salmos (o sea, más abiertos a la dimensión espiritual de la fe), que son las claves religiosas que enseñó a Jesús».


De lo legendario, a lo práctico

Además de los evangelios, García Serrano destaca que, para desentrañar su figura, «contamos también con la referencia de algunos evangelios apócrifos, los llamados de la infancia, aunque son posteriores a Mateo y a Lucas, y tienen mucho de legendario». Entre éstos, «destaca el Protoevangelio de Santiago, que fue escrito entre finales del siglo I y principios del siglo II, y que se llama así (protos alude al principio de algo) porque reconstruye (con mucha imaginación) lo que pasó antes de lo que narran los cuatro evangelios canónicos». Algunas de las leyendas que narra el Protoevangelio, como el que fuese elegido para desposarse con María después de que de su cayado surgiese una paloma, o que se marchase a buscar a una partera justo cuando nació Cristo, o que viese cómo la naturaleza transcurría a cámara lenta en el momento del Nacimiento, «han influido mucho en el arte, e influyeron de algún modo en el testimonio de los primeros Padres de la Iglesia –como san Justino, san Clemente de Alejandría, san Agustín u Orígenes–, que ya desde los siglos II, III y IV aluden a san José. Aunque, como ellos querían combatir las leyendas gnósticas que contaminaban la verdad de la fe, se centraron en sus virtudes humanas y espirituales, presentándolo como modelo para los cristianos por su obediencia a la voluntad del Padre, su acogida y cuidado de María y de Jesús, y su forma de trabajar, laboriosa y entregada, ofrecida a Cristo».


El carpintero… que no lo era

El retrato de san José que pintan las fuentes historiográficas no siempre se parece al que la piedad popular guarda en la retina. Empezando porque José el carpintero…, no era carpintero: «El término griego con que se alude a él en el Evangelio es tékton, que no es carpintero, sino un artesano que trabaja con sus manos, y que se podría traducir por obrero, albañil, carpintero, forjador…, un manitas, vamos», dice García Serrano. Este trabajo pudo ejercerlo en Nazaret, «donde la arqueología asume que vivió la Sagrada Familia, y que era una aldea galilea muy pequeña», y sobre todo en otras ciudades, «en especial Séforis, un asentamiento que estaba en construcción en esa época y donde habría bastante trabajo para un obrero como él, así como en Tiberiades o Cafarnaún». Y como una de las tareas del padre judío era «procurar el sustento de sus hijos, garantizándole la enseñanza de un oficio, es seguro que José le enseñó su trabajo a Jesús y que éste le acompañaría en sus quehaceres».


Viajes de trabajo en el siglo I

También el arqueólogo Ken Dark, en su reciente artículo en la Biblical Archaeology Review, se hace eco de la más que segura posibilidad de que José y Jesús trabajasen en Séforis y en otros pueblos de Galilea. Aunque el hecho de desplazarse hasta ellos, teniendo en cuenta que muchos están a varios días de camino de Nazaret, habría obligado a José a pasar temporadas fuera de casa mientras durase la obra en la que trabajara. Una tesis que aparece en los apócrifos y que asume también el historiador agustino Jesús Álvarez Maestro, en San José. Biografía. Teología. Devoción (ed. Edibesa). Así se explicaría, por ejemplo, la ausencia de José cuando María, embarazada pero seguramente aún no casada, se trasladó a casa de su prima Isabel en Ain Karem, a 150 kilómetros de Nazaret, en la visitación que narra Lucas.


Un lioso linaje de reyes

La vida humilde de José contrasta con su linaje real. Álvarez Maestro explica que Lucas, Mateo y los apócrifos confirman que el santo descendía del rey David, y que por eso tuvo que viajar a Belén con María para empadronarse, siguiendo el Decreto del emperador Augusto, pues esa ciudad fue la cuna del gran monarca de Israel. Aunque sobre los detalles del linaje de José también hay discrepancias: «San Justino cree que era natural de Belén y los apócrifos lo creen nacido en Jerusalén, pero seguramente nació en Nazaret. Según la genealogía de San Mateo, desciende por vía carnal de Jacob, mientras en San Lucas aparece como hijo de Leví», explica Álvarez Maestro. ¿Contradicciones? No necesariamente: «Esta alusión a la génesis del mundo (en Lucas) y a la génesis legal de José (en Mateo) ponen a Cristo en el centro de la historia divina», pues ambos buscan, más que ceñirse a los detalles, explicar que Jesús, gracias a la paternidad de José, «desciende del rey David –prefiguración del Mesías– a quien se le repitieron las promesas de Dios hechas a los padres antiguos».


¿Mayor, anciano o joven?

Otro de los misterios que rodean a José es la edad que tenía cuando se casó con María. «Los apócrifos lo presentan como un hombre mayor (aunque no siempre anciano), viudo y con hijos de un matrimonio anterior. Por eso, hay tanta iconografía que lo retrata en edad avanzada, y se explicaría así que, cuando los evangelios hablan de hermanos de Jesús, podrían ser sus hermanastros, aunque el término significa en realidad parientes», dice García Serrano. Otros autores, como el catedrático de Historia Federico Suárez en su obra José, esposo de María (ed. Rialp), explican que, para enfrentar la polémica maternidad de María, viajar por todos los lugares que narran los evangelios (de Nazaret a Belén, de Belén a Nazaret, de Nazaret a Egipto y de Egipto a Nazaret), trabajando para mantener a su familia y vivir, al menos, hasta los 12 años de Jesús (como cita Lucas), «se requería más un hombre joven, capaz de decisión y esfuerzo, que un anciano». Y aunque García Serrano afirma que «no podemos saber la edad que tenía cuando se casó con María», Álvarez Maestro recuerda que la costumbre judía «era casarse alrededor de los 16 años los chicos, y los 14 las chicas».
Más allá de estas cuestiones, lo central sobre san José sí que ha llegado a nosotros, como explica García Serrano: «Sabemos que él fue el elegido por Dios para cuidar y custodiar a Cristo, y así lo ha entendido la Iglesia desde los primeros cristianos. Aunque en el Evangelio no se citan sus palabras, como era al padre de familia a quien le correspondía decir qué nombre tendrían sus hijos, de forma implícita sabemos que la única palabra segura que pronunció fue Jesús. Y eso indica, como ha sabido ver la Iglesia incluso a través de pronunciamientos de los Papas, que lo central de su vida fue Jesús, el Señor. Él le enseñó a Jesús la oración del Shema (Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas…) como todos los padres judíos hacían con sus hijos, y Jesús repitió aquella oración de adulto, como recogió Marcos en su Evangelio». O lo que, en resumidas cuentas, es lo mismo: a través de su padre, el Hijo descubrió al Padre, y el Padre brindó a sus hijos un camino para llegar a Él.


José Antonio Méndez



“José, hijo de David” (Mt 1,20)

    Sin duda, José fue un hombre santo y digno de toda confianza ya que la Madre del Salvador había de ser su esposa. Fue el “servidor fiel y solícito” (Mt 24,45) el que Dios escogió como amparo y ayuda de su Madre, el padre putativo de su carne y el instrumento en su designio de salvación.


    Acordémonos que era de la estirpe de David. Era hijo de David no sólo por la carne, sino también por la fe, la santidad y la piedad. El Señor encontró en él un segundo David a quien pudo, con toda seguridad, confiar sus designios más secretos. Le reveló, como otrora a David, los misterios de su sabiduría y le descubrió lo que ningún sabio del mundo conocía. Le permitió ver y entender lo que tantos reyes y profetas, a pesar de su deseo, no vieron ni entendieron. (Mt 13,17) Mejor dicho: le dio a llevar, a conducir, a abrazar, a alimentar, a proteger este mismo misterio. María y José pertenecían, pues, los dos a la raza de David; en María se cumplió la promesa hecha antaño a David, mientras que José era el testimonio de este cumplimiento.



«San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan ‘grandes cosas’, sino las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».
 (Pablo VI)

lunes, 16 de marzo de 2015

Devoción a San José



Devoción a San José

Afirma Santo Tomás de Aquino que "hay tres cosas que Dios no podría haber hecho más sublimes de lo que son: la Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, la gloria de los elegidos y la incomparable Madre de Dios, de quien se dice que Dios no pudo hacer ninguna madre superior. Podéis acrecentar una cuarta cosa, en loor de San José. Dios no pudo hacer un padre más sublime que el Padre adoptivo del Hombre-Dios".

A lo que agrega el melifluo San Bernardo: "Ya que todo lo que pertenece a la esposa pertenece también al esposo, podemos pensar que José puede distribuir como le parezca los ricos tesoros de gracia que Dios confió a María, su casta Esposa".

"Además, en el transcurso de los años pasados en Nazaret, Jesús colmó el corazón de San José con ternura de amor tal como jamás ningún padre creado la sintió ni sentirá, 'no sólo - como dice el Padre Huguet- para que José lo pudiese amar como Hijo, sino para que pudiese amar a todos los hombres como a sus hijos, pues, del mismo modo que todos somos hijos de María, así lo somos también de San José. (...) Y después de la devoción a la Santísima Virgen, nada hay más agradable a Dios ni más provechoso para nuestras almas que la devoción al santo Patriarca San José'".

"Habiéndosele concedido a Santa María Magdalena de Pazzis -una de las más gloriosas Santas hijas de Nuestra Señora del Escapulario- contemplar en un éxtasis la gloria de San José, exclamó: 'José, unido como está a Jesús y a María, es como una estrella resplandeciente que protege a las almas que bajo el estandarte de María, traban la batalla de la vida'".

"Cuando Santa Teresa fundó el primer monasterio de la Reforma del Carmelo, le dijo Nuestro Señor: 'Deseo que sea dedicado a San José y lleve su nombre. Este santo guardará una de las puertas y la Santísima Virgen la otra y Yo estaré entre vosotras'".

"Otra vez, se encontraba Santa Teresa en una sencilla iglesia de los Padres Dominicos, cuando sintió que alguien le colocaba sobre los hombros un hermosísimo manto. Durante unos instantes, no vio quién se lo ponía, pero poco después reconoció a la Santísima Virgen y a Su bendito Esposo San José. La Santa experimentó en su corazón una gran alegría. María habló y mientras Santa Teresa escuchaba esa voz celestial, tuvo la impresión de apretar en su mano la de la Virgen. 'Estoy tan satisfecha de que lo hayas consagrado a San José [a su primer convento de la reforma carmelitana] que puedes pedir lo que quieras para tu convento, con la certeza absoluta de que lo recibirás'. Los dos Santos Esposos colocaron entonces en las manos de Teresa una piedra preciosa de gran valor y dejaron a la Santa inundada de la más pura alegría y del más ardiente deseo de ser enteramente consumida por la fuerza del amor divino".

"Un día, al salir de su monasterio, dos religiosos carmelitas encontraron a un venerable anciano que avanzaba en dirección a ellos. Se puso entre los dos y les preguntó de dónde eran. El mayor respondió que eran Carmelitas.
-Padre- preguntó entonces el desconocido- ¿por qué vosotros, los Carmelitas, tenéis tanta devoción a San José?
El religioso dio varias razones, subrayando principalmente que Santa Teresa había tenido esa devoción y la había inculcado en aquellos que la siguieron. Cuando el padre terminó de hablar, el desconocido dijo:
-'Hacedme caso y tened a San José la misma devoción que tuvo Santa Teresa; todo cuanto le pidiereis, lo alcanzaréis'.
Y diciendo esto, desapareció"
.
No me acuerdo hasta ahora, decía Santa Teresa, de haberle suplicado cosa a San José que haya dejado de hacer.

Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este Bienaventurado Santo.
No he conocido de persona que deveras le sea devoto que no la vea más aprovechada en virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan.
Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no lo creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción.
 
ORACIÓN A SAN JOSÉ DE SANTA TERESA
 
Glorioso Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi auxilio en estos momentos de angustia y dificultad. Tomad bajo vuestra protección las situaciones tan serias y difíciles que os encomiendo, a fin de que tengan una feliz solución. Mi bienamado Padre, toda mi confianza está puesta en Vos. Que no se diga que Os he invocado en vano y puesto que Vos podéis todo ante Jesús y María, mostradme que vuestra bondad es tan grande como vuestro poder. Amén.
 
ORACIÓN PARA PEDIRLE UNA BUENA MUERTE
 
Poderoso patrono del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos, agradable consuelo de los desamparados, glorioso San José, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio; mi alma quizás agonizará terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad será sumamente duro; el demonio, mi enemigo, intentará combatirme terriblemente con todo el poder del infierno, a fin de que pierda a Dios eternamente; mis fuerzas en lo natural han de ser nulas: yo no tendré en lo humano quien me ayude; desde ahora, para entonces, te invoco, padre mío; a tu patrocinio me acojo; asísteme en aquel trance para que no falte en la fe, la esperanza y en la caridad; cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron a los demonios para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores y por los que en vida te hicieron, te pido ahuyentes a estos enemigos, para que yo acabe la vida en paz, amando a Jesús, a María y a ti, San José. Así sea.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.
Jesús, José y María, recibid cuando muera, el alma mía.

El rey Luis XIV consagra Francia a San José Conocemos el Voto de Luis XIII (rey de Francia), consagrando su país a la San...