No es poco lo que
gracias a los evangelios conocemos sobre una figura con gran arraigo en el culto
popular cristiano cual es el padre putativo de Jesús, llamado, como el hijo
favorito de Jacob, José. La información se la debemos a los evangelistas de la
infancia, Mateo y Lucas, ya que Juan sólo cita su nombre una vez, para llamar a
Jesús “el hijo de José” (Jn. 1, 45); y Marcos, ni siquiera,
pues cuando tiene que referirse a Jesús, lo hace como “el hijo de
María” (Mc. 6, 3), curiosamente el mismo apelativo que le dará otro
texto de naturaleza totalmente indiferente cual es el Corán de los musulmanes.
La impresión que sobre José nos transmiten los dos evangelistas que se refieren
a su figura, Lucas y Mateo, es bien diferente. Lucas, que nos habla de José
como del padre “según se creía” (Lc. 3, 23) de Jesús, en
alusión a la paternidad sólo aparente de José frente a un niño que en realidad
es hijo de Dios, nos presenta un José muy humano, discreto, casi tímido, como
consciente de su papel secundario en una historia que no es la suya. El San
José del evangelista Mateo es, para empezar, algo más esotérico, con un toque
taumatúrgico, en fluida y continua comunicación con la Providencia, con la que
se comunica a través de ángeles y, en lo relativo a su personalidad, más
resuelto y decidido.
Reuniendo lo que por uno y otro evangelista conocemos, podemos componer el
siguiente decálogo:
Primero. Que era José de estirpe davídica, y por lo tanto descendiente del rey
David. A tal efecto, tanto Mateo (cfr. Mt. 1, 1-16) como Lucas (cfr. Lc. 3,
23-38) nos brindan su árbol genealógico hasta entroncar con el mítico rey, si
bien, salvo en lo relativo al propio Rey David, uno y otro evangelista no
coinciden en uno sólo de los ascendientes de José (tema que ya tratamos en su
día). Su padre, según Mateo, se llama Jacob; según Lucas se llama Helí.
Según Mateo, desciende de David a través de su hijo Salomón, como
su padre, rey; según Lucas, a través de Natán, un hijo más de los
muchísimos que tuvo David.
Segundo. Que está desposado con María, -a tal efecto se ha de señalar que los
desposorios en el mundo judío equivalen a una especie de compromiso de un
matrimonio aún no consumado-, cuando se presenta a ésta el Arcángel Gabriel y
queda embarazada del Espíritu Santo. Lo que sabemos por los dos evangelistas
(Mt. 1, 18; Lc. 1, 27).
Tercero. Que cuando repara en el embarazo de María, con quien está desposado,
sin haber tenido él nada que ver en el asunto, determina abandonarla en vez de
denunciarla, lo que habría supuesto para María no sólo la ignominia, sino con
toda seguridad, la lapidación y la muerte. Y que finalmente no la abandona
porque un ángel se le presenta en sueños y le informa de que “lo
engendrado en ella es obra del Espíritu Santo” (Mt. 1, 20).
Cuarto. Que “por ser él de la casa y familia de David” (Lc. 2,
4), cumplió en Belén con su obligación censitaria, de acuerdo con lo ordenado
por el edicto de César Augusto, desplazándose para ello con su esposa María,
desde la ciudad en la que residía Nazareth. (Lc. 2, 1-7).
Quinto. Que estando en Belén, según nos informa Lucas, le tocaron a María los
días y dio a luz a su hijo Jesús en un pesebre (Lc. 2, 1-7). Mateo también nos
informa del nacimiento de Jesús en Belén (Mt. 2, 1), si bien, mientras en
Lucas, Belén es una ciudad lejana a la que la santa familia se ha de desplazar
en un viaje que resulta penoso a los solos efectos de censarse, en Mateo parece
constituir la ciudad en la que dicha familia reside.
Sexto. Que allí son visitados por unos
magos venidos de Oriente, los cuales tienen noticia del nacimiento del rey de
los judíos -a estos efectos no se olvide la sangre davídica, y por lo tanto
real, que circula por las venas de Jesús-, por haber avistado su estrella. Que
estos magos informan al rey Herodes de todos estos extremos, y que éste,
aterrorizado de que ningún recién nacido pudiera disputarle una corona que le
era de hecho muy cuestionada -ya sabemos que el abuelo de Herodes había
usurpado el trono y que ni siquiera era judío, era idumeo-, ordena ejecutar a
todos los niños de menos de dos años de Belén y su comarca (Mt. 2, 1-12).
Séptimo. Que José, después de recibir en sueños una nueva instrucción del
ángel, toma la decisión de huir a Egipto para salvar a Jesús de las iras de
Herodes (Mt. 2, 13-15).
Octavo. Que una vez que Herodes ha muerto, el ángel vuelve a aparecerse en
sueños a José para informarle de que ya puede volver a Palestina; pero al
saber, por una nueva revelación onírica, que el cruel Arquelao reina en Judea,
resuelve José ir a Galilea, donde reina Herodes Antipas y donde se considera
más seguro, estableciéndose en Nazareth (Mt. 2, 19-23). Este es el punto en el
que el relato de los dos evangelistas de la infancia más discrepa, pues según
Lucas, lo que hace José al dirigirse a Nazareth no es buscar una ciudad en la
que refugiarse, sino volver a su casa, cosa que hace, a mayor abundamiento, tan
pronto como se “cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor” (Lc.
2, 39), esto es, la circuncisión de Jesús a los ocho días, la purificación de
María a los cuarenta y uno, etc., y desde luego, sin pasar ningún exilio en
Egipto.
Noveno. Que durante una fiesta de Pascua, peregrinó como buen judío a
Jerusalén, donde Jesús se les escapó y sólo lo encontraron tres días después,
sentado entre los doctores del Templo, con los que discutía “sobre las
cosas de mi padre” (Lc. 2, 46-50).
Décimo. Que es carpintero, cosa que sabemos gracias a Mateo y sólo gracias a él
(Mt. 13, 55), profesión de la que, por otro lado, hace legado a Jesús (Mc. 6,
3).
Y esto es todo lo que sabemos de José. Ni donde ni cuando murió -sí sabemos,
desde luego, que estaba muerto cuando Jesús comienza su ministerio, pues de no
ser así, José habría estado acompañando a su madre en las bodas de Caná-, ni
cuándo ni dónde había nacido, ni si era soltero o viudo cuando se desposa con
María, nada.
A muchos de estos datos se refieren otros textos ajenos a los evangélicos en la
literatura apócrifa.
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