Sin duda, José fue un hombre santo y digno de toda confianza ya que la Madre del Salvador había de ser su esposa. Fue el “servidor fiel y solícito” (Mt 24,45) el que Dios escogió como amparo y ayuda de su Madre, el padre putativo de su carne y el instrumento en su designio de salvación.
Acordémonos que era de la estirpe de David. Era hijo de David no sólo por la carne, sino también por la fe, la santidad y la piedad. El Señor encontró en él un segundo David a quien pudo, con toda seguridad, confiar sus designios más secretos. Le reveló, como otrora a David, los misterios de su sabiduría y le descubrió lo que ningún sabio del mundo conocía. Le permitió ver y entender lo que tantos reyes y profetas, a pesar de su deseo, no vieron ni entendieron. (Mt 13,17) Mejor dicho: le dio a llevar, a conducir, a abrazar, a alimentar, a proteger este mismo misterio. María y José pertenecían, pues, los dos a la raza de David; en María se cumplió la promesa hecha antaño a David, mientras que José era el testimonio de este cumplimiento.
Acordémonos que era de la estirpe de David. Era hijo de David no sólo por la carne, sino también por la fe, la santidad y la piedad. El Señor encontró en él un segundo David a quien pudo, con toda seguridad, confiar sus designios más secretos. Le reveló, como otrora a David, los misterios de su sabiduría y le descubrió lo que ningún sabio del mundo conocía. Le permitió ver y entender lo que tantos reyes y profetas, a pesar de su deseo, no vieron ni entendieron. (Mt 13,17) Mejor dicho: le dio a llevar, a conducir, a abrazar, a alimentar, a proteger este mismo misterio. María y José pertenecían, pues, los dos a la raza de David; en María se cumplió la promesa hecha antaño a David, mientras que José era el testimonio de este cumplimiento.
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